Pedánea Montserrat Rico Pérez
La pedanía de El Rodriguillo es, podemos decir, la de mayor entidad de cuántas forman parte del término municipal pinoso. Su proximidad al casco urbano, a 3,3 km., está provocando que, en los últimos años, sean muchos los jóvenes que la eligen para irse a vivir. Casas que han estado suficientemente tiempo cerradas están recuperando su aspecto vivo, aunque algunas sufriendo remodelaciones. Es una nota palpable de que la gente busca tranquilidad.
La pedanía supera largamente al centenar de habitantes, repartidos entre el núcleo principal y varios parajes y caseríos, entre los que debemos destacar El Prado, La Teulera y El Faldar, aunque hay otros más pequeños que también estructuran el territorio de la pedanía, como las Casas del Altet, la Fabriqueta, las Casas de Collado, las del Altet, las Casas Calpena, las de Pascualetas, o la Casa del Alfaquí, que tiene un nombre que suena fuertemente en árabe.
En 1965 vivían 294 vecinos en el Rodriguillo, pero la gente salió buscando trabajo en el mundo del calzado, emigrante a Elda, Elche o Novelda, persiguiendo una vida mejor.
La pedanía está situada a 450 m. de altitud, a la zoba sur del término, y en la vertiente Sudoeste del Cabeço de la Sal.
Es una de las pedanías más activas, contando con dos asociaciones de vecinos: una en el caserío de El Faldar, la más reciente, y la otra se llama “El Progreso”, y es la más antigua de las que hay en nuestras pedanías. Ambas, en El Faldar y El Rodriguillo, tienen locales sociales donde reunirse y realizar actividades. Al Rodriguillo lo estrenaron en 1995, mientras que los vecinos de El Faldar lo inauguraron en el año 2000.
En 1977 llegaba el agua potable a la pedanía, y en 1980 lo hacía la renovación del alumbrado público. Más recientemente, terminando el siglo XX, se construía una estación depuradora de aguas y se urbanizaban las calles.
Antiguamente la pedanía disponía de dos escuelas, una de niños y otra de niñas, pero en el año 1975, el Ministerio de Educación las cerró, y puso el transporte escolar y el servicio de comedor para que los niños y niñas de los núcleos rurales estudiaron en los centros educativos de Pinoso. Esto supuso el fin de los centros escolares de pedanías, en los que llegaron a dar clase aquellos maestros itinerantes que iban por las pedanías enseñando a la población del campo. Tampoco queda nada de esas orquestinas que animaban al personal con sus sesiones de baile, dado que las formas de diversión han cambiado mucho, y es más fácil trasladarse a otros lugares por las mejoras del transporte. Aquellos bailes se hacían en los dos bares que existían, en el propio Rodriguillo y en el Faldar, regentados por Anselmo Jover y Hermelando Pérez, respectivamente. Esta pedanía disponía de una actividad industrial y comercial muy grande, con fábricas de yeso, de tejas, de alcohol, carpinterías (aún quedan dos),
herrerías, o las tiendas de comestibles. Ahora todo esto lo encuentran en Pinoso en menos de cinco minutos.
A principios del siglo XX llegó a haber un balneario en el nacimiento de agua salada de El Faldar, en las estribaciones de El Cabeço, pero de aquello solo queda los recuerdos de aquellos que lo conocieron o escucharon hablar de él. Dicen que tenía 12 habitaciones con sus tinas dispuestas para tomar baños termales, y era propiedad de Perfecto Sierra.
Volviendo a la actualidad, alrededor de los caseríos se desarrolla una actividad agrícola importante, con cultivos como la almendra, los cereales, la aceituna, los frutales, o la viña, que da vinos que comercializan las bodegas que hay instaladas dentro del núcleo del Rodriguillo como en los parajes cercanos, algunas de las cuales mantienen vivos los viejos sistemas de obtención de vino.
Para ir a las canteras de la Sierra del Coto hay que pasar por el Rodriguillo, por lo que se ha elegido una zona cercana para ubicar el polígono del mármol, en el entorno del carrizal de la Teulera. Pero en el propio Rodriguillo también hay una pequeña industria de transformación de mármoles.
Si hablamos de fiestas, las del Rodriguillo son las encargadas de enseñar el panorama veraniego de la comarca, sin olvidar que esto se produce a falta de semanas para que llegue la estación del calor. De nada se privan, aunque sus vecinos echan de menos las tradicionales vaquillas callejeras, que ahora no se hacen por razones de seguridad. Las fiestas se celebran en honor a San Pascual Baylón, el fin de semana posterior a su conmemoración en el calendario, el 17 de mayo. Los “rodriguilleros” tienen como patrón a este fraile que, en el siglo XVI, paraba a descansar en el Rodriguillo, dado que le pillaba a medio camino entre los monasterios de Santa Ana, en Jumilla y de la Virgen de Orito, en Monfort. Debemos tener en cuenta que El Rodriguillo estaba situado en un cruce de caminos. La tradición dice que, al saber que San Pascual había sido elevado a los altares, los vecinos le dedicaron una ermita, haciéndola construir junto a la piedra donde descansaba cuando estaba en el caserío. Como curiosidad, debemos hacer notar que en San Pascual lo canonizan en 1690, y en tan sólo un año ya encontramos aquí una ermita dedicada a él, lo que nos confirmaría esa presencia repetida entre los habitantes de El Rodriguillo y nos habla de la estima que le tenían. La ermita de 1691 fue destruida en el año 1991, lo que significa que se echó al suelo justo cuando cumplía su tercer centenario. Era la edificación más antigua de todo el término. En su lugar se construyó en 1993 un eremitorio más moderno y cómodo, aunque sin el encanto del anterior. Por el contrario, ahora se puede saber perfectamente dónde se encuentra la ermita por su torre campanario.
Las fiestas de El Rodriguillo atraen a mucha gente de los alrededores, dado que conserva lo típico de unas fiestas de campo, pero al mismo tiempo, incluye las novedades más atractivas para que la gente más joven no se vaya, sino que, por el contrario, llene las calles. Además de los actos religiosos en honor al patrón, en la programación no hace